Monday, April 21, 2008

“CUICOS Y CUICAS” PARA REMEMORAR

“CUICOS Y CUICAS” PARA REMEMORAR

Beatriz quedaba con su hermosura ausente a un lado para que Dante diera paso en sus recuerdos a sus tiempos de “cuicos” y “cuicas”; es decir, al de policías y canicas. Los sucesos de 1968 se volcaban al vacío que su depresión había formado. Sintió cómo en su memoria, ahora infantil, rebotaban desordenadamente “cuicos” azul marino apaleando estudiantes y “cuicas” multicolores; las de cristal de la calle, las de plástico del juego de damas chinas en casa. Las canicas a las que cantó años después el rupestre Rockdrigo González –hasta que el edificio de la colonia Juárez adonde vivía se desplomó como tantos otros una mañana de terremoto en septiembre de 1985, acallando al “Profeta del Nopal”– acotó Dante fuera de contexto en su fichero rockero mental.

Recordó mucho más allá, mucho más atrás; de cómo el tío Nazario Aldana llegó a la casa común en San Ángel la tarde del 3 de octubre de 1968, con ese permanente olor a diesel y a herramienta y con expresión sombría, estrujando, como si quisiera desintegrarla, la revista casi clandestina ¿Por qué?

El niño de nueve años que Dante era entonces evocó la figura morena y maciza del tío que esa tarde se dibujaba cansada, como si hubiese empujado por horas una locomotora en el taller ferroviario de Pantaco, adonde trabajaba como pailero.

–Dicen que estuvo de la chingada– comentó al otro tío, Franco Gutiérrez, obrero de una fábrica de papel que con mirada nerviosa y aire rural rehuía hablar en público y menos en la puerta de la calle de su propia casa– de un tema que a parte de la población de la ciudad mantenía en tensión en ese entonces.

–Sí, los periódicos dicen que mataron hartos muchachos esos sardos cabrones, pero en las noticias de la tele dicen otra cosa– musitó el tío Franco con el coraje de quien había sido soldado raso, pero también con la prudencia de que sólo su cuñado lo escuchara. Pero el niño que en cuclillas y con su “cuica” favorita iba a hacer “chiras pelas” al perfecto círculo de canicas alrededor del hoyo de la banqueta que era el “entrus”, suspendió el tiro “de uñita”, y abandonó la crucial jugada ante la extrañeza de sus compañeros de juego.

Dante pidió al tío Nazario la revista. El ferrocarrilero, ofuscado, dudó en mostrársela y clavó su mirada negra, afilada por la nariz aguileña y el cabello envaselinado, peinado totalmente para atrás, que le redondeaba aun más el cráneo:

­–¿De veras quieres saber tú de esto? Estás muy chavo.

–Sí.

Nunca la firmeza del escuálido sobrino fue tan solemne; ni siquiera la de la marcialidad y civismo con que cada lunes desfilaba en la escolta de la escuela primaria durante la ceremonia del saludo a la bandera.

El tío Nazario separó de la arrugada bolsa de trastos de su almuerzo la revista enrollada, con la precaución inútil de quien entrega pasquines clandestinos y con la rapidez de un atleta entregando la estafeta en una carrera de relevos; ambas actitudes muy a tono con el ambiente de represión y preolímpico que indistintamente se vivía en algunas zonas de la ciudad de México en 1968. Le dijo casi en clave, pero Dante entendió perfectamente bien.

–Ten, pero no se la prestes a nadie. Cuando llegue tu jefe dile que se puso muy gacha la discusión en la pinche asamblea. Y a tus hermanos diles que estén al tiro, porque está bien cabrona la cosa para los estudiantes. Los andan encarcelando y matando.

“Encarcelando y matando”. Los gerundios retumbaron con toda su fuerza y su vigente intemporalidad entre las sienes de Dante. A pesar de la punzada en el cerebro recibió la tosca publicación de tinta color sepia en papel revolución, que dejaba entrever debajo de los titulares con admirativos de grandes letras blancas borrosas las fotografías de escenas de violencia contra grupos de jóvenes, que se mezclaban con las fotos del bazukazo en la preparatoria de San Ildefonso, la toma de la Ciudad Universitaria por los soldados y la toma del Casco de Santo Tomás, sede del Instituto Politécnico Nacional.

La contraportada mostraba un collage de fotos de las detenciones de jóvenes que hacían la “V” de la victoria con las manos, por parte de macizos policías y granaderos. En otras, los oscuros “cuicos”, con sus botonaduras refulgentes como sus amenazantes macanas blancas, y sus kepís y cascos al aire, forcejeaban con iracundos muchachos que al momento de la foto parecían mirar al fotógrafo y al espectador, como preguntándose al igual que el nombre de la revista: ¿Por qué?

Dante tembló al recibirla y hojearla; no era esa vez la emoción de ver lleno por fin el enorme álbum de 200 estampas coleccionables de geografía universal del pan Bimbo, inevitablemente húmedas de grasa vegetal y deliciosamente olorosas a galleta, debido a su permanencia en el empaque de las golosinas. No era tampoco la emoción de recibir totalmente lleno el cuaderno de dibujo Scribe con la perfecta y cuidadosamente reseca colección de distintas hojas de árbol pegadas con Resistol blanco que sus amigos y compañeros de clase, “Los Pantera-No se admiten mujeres” juntaron por meses en las excursiones a bosques cercanos a su ciudad como Los Dínamos, La Marquesa y el Desierto de Los Leones.

No.

Era la emoción de quien descubría que su mascota desaparecida yacía envenenada por los amables vecinos en la azotea. Era casi la misma emoción vuelta terror del niño que descubrió a la altura de la cara la parrilla el enorme Ford Galaxie 68 rojo, que bajo un chirriar de frenos iba a atropellarlo, en la imprudente búsqueda de la pelota en la "cascarita" callejera de fut.


Thursday, March 20, 2008

SI LA MEMORIA NO LE FALLA...

SI LA MEMORIA NO LE FALLA...

Dante recordó a Beatriz como condenado a muerte; volvió a estremecerse como cuando ella alzó la vista y mostró las pupilas criollas de esa niña con cara de malcriada a la que se le ocurrió estudiar Letras Hispánicas en lugar de Biología Marina, quizá porque había descubierto a tiempo que los egresados de esa carrera en México terminaban como laboratoristas o profesores suplentes en remotos planteles públicos hasta que las respectivas “pausias” los alcanzaban.

La misma mirada que lo hizo avergonzarse de haber pensado: “Bella sonrisa; lástima de diente”, debido a una rotura que, como la falla de San Andrés, amenazaba la armonía bajacaliforniana de aquella estudiante que presuntamente pensaba aplicar en Ensenada o en La Paz sus estudios de bióloga; pero que muy en el fondo, y no del mar, no se sentiría nada mal dorada al sol en la cubierta de un yate en Cabo San Lucas, como le confesó en una pedita de cerveza que se pusieron en la cantina La Guadalupana, en el centro de Coyoacán, después de una de tantas sesiones del taller literario.

Dante podía también escribir en algunos de los versos más tristes esa noche: cómo Beatriz colmó lo que él suponía sentir por cada mujer en la que se interesaba. Recordó los encerrones por días, haciendo el amor como conejos drogados en laboratorio, con las mismas ansias de dos expresidiarios, con la furia de quien quiere destruir al prójimo con sólo su desnudez y sus embates. Recordó cómo se aceitaba deliciosamente la espalda de Beatriz en el jadeo, cómo con la bóveda enmarañada de su sexo devoraba su aceitada rigidez a punto de estallar hasta que dolor y placer convergían y se convertían, alquímicos, en líquidas secreciones, en corrientes eléctricas que los desplomaban en agonía simultánea, a veces, y en otras uno miraba con coraje morir al otro antes de tiempo con la vista ausente.

Por eso no soportaba haber sido reemplazado por otro hombre de letras que siempre le pareció amanerado, pero cuya ubicación estratégica dentro de la burocracia cultural fue la llave que abrió para Beatriz la puerta de la celebridad que tanto la obsesionaba desde que se descubrió hábil para la escritura. Ni siquiera había sido sexual la preferencia; había sido mezquinamente una oportunidad para la norteña no florentina de escalar posiciones dentro del reducido mundillo de escritores e intelectuales que rodeaba al poeta y funcionario de finos modales y mirada lánguida.

“Y le valió madre destrozarme; bueno, finalmente halló a su modo lo mismo que llevo también buscando con mis escritos pendejos”, se acusó, disculpándola por un momento.

La llama del fogón reptaba agonizante, invitándolo a echar sobre sus lenguas rojizas y amarillentas los malogrados escritos, perfectamente clasificados y listos para publicación. Le dolían los textos, las manos de escribirlos, los recuerdos de alimentarlos y la vergüenza de querer echarlos al fuego; como nonatos de adolescente, como ese sapo del cuento de Juan José Arreola: eran también un corazón tirado al suelo, al barro.

Los escritos representaban el único testimonio honesto de su capacidad de amar y prodigar dentro de la vida superficial y egoísta que había llevado hasta los niveles más deprimentes; eran un hilván de realidad que lo ataba a su finiquitada relación amorosa. Quemarlos equivalía a volver también cenizas dos años de su vida; destruir lo que evitó que terminara como el Martín Santomé de Mario Benedetti: como un oficinista ocioso y oscuro en alguna dependencia. Pero la de Dante hubiera sido cualquier oficina de administración de la cultura, como último recurso para ver publicado su Oxidente, libro de narrativa breve; ya fuera por compadrazgo, conecte, o de plano entrega de nalgas al hostigador frecuente y declarado que era jefe-expoeta del Departamento de Publicaciones. “La verdad, yo sí se las daría por Oxidente”, especuló con cinismo. “A ella siempre le pareció un desperdicio no publicarlo”, se justificó, apretando fuerte, muy fuerte, el culo.

Creyó aspirar el olor del cabello de la musa peninsular, en medio de esa íntima reflexión homosexual; de ella, que no se explicaba aún cómo un hombre de su complexión podía dedicarse a labores tan delicadas y etéreas...

Pero junto con la decisión de echar al fuego los escritos se fue también al inodoro el recuerdo de Beatriz, que finalmente le pareció una pinche puta advenediza de las letras y autora publicada más célebre por la balanceada y besable redondez de su trasero que La “o” por lo redondo, edición ganada con el sudor de la ingle.

Una Beatriz sublime del Dante, poeta descontinuado y viejo narrador en interinato, deseoso a morir de extirparse el anacrónico lenguaje ondero, a pesar de reciclar en su vida diaria las patanerías rocanroleras heredadas generalmente de los exchavos de La Onda que lo educaron y sus camaradas sesentayocheros; resquicios de una pasada juventud a la que se le mutiló la rebeldía a bayonetazos un miércoles 2 de octubre en Tlatelolco.


Thursday, March 6, 2008

LA MEMORIA DE LOS PUEBLOS

LA MEMORIA DE LOS PUEBLOS

Ya estaba demasiado lejos para Dante –a más de media vida– el cándido inicio en la música folklórica a los 15 años como intérprete de la quena, flauta andina de bambú que para los estudiantes de bachillerato del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Sur, era menester aprender a tocar, aún antes de aprender a fumar o tomar cerveza. La quena era para su generación la chimenea del idealismo; por allí se difuminaban las notas que adornaban letras contestatarias heredadas de la canción de protesta y del repertorio de música latinoamericana diversa.

En aquel tiempo era parte del eslabón perdido de los adolescentes mexicanos que se divorciaron del rock por considerarlo “ritmo enajenador de los pueblos y música proveniente del imperialismo yanqui” –más bien por desconocimiento absoluto del inglés y los contenidos bizarros y politizados de sus letras– y que hallaron un refugio en el canto sudamericano de sirenas que volvió suyos los conflictos políticos de los países del Cono Sur. Así, durante la década que abarcó de 1975 a 1985, la generación de Dante se había privado voluntariamente de lo mejor de Pink Floyd (The Dark Side of the Moon, I Wish You Were Here, The Wall), Led Zeppelin (The Song Remains the Same), Rolling Stones (Satisfaction, Street Fighting Men, Sympathy for the Devil, You can’t Always Get what you Want), Emerson, Like & Palmer (Tarkus, Pictures at Exhibition), Premiata Forniera Marconi, The Police, Sex Pistols, Stray Cats, Joe Cocker, Bruce Springsteen y tantas otras “voces extranjerizantes”. Fue una lástima, porque de haber traducido las letras, hubieran hallado sorprendentes convergencias en forma de poesía rebelde.

Educados por desencantados sociales, por exestudiantes del 68 y por profesores exiliados de las dictaduras sudamericanas, Dante y su generación sesgaron sus aptitudes intelectuales hacia la discusión y análisis de la problemática social latinoamericana –valga el determinismo– absorbiendo de rebote todo el adoctrinamiento político que encauzaba optimista su objetivo redentor hacia un orden social igualitario. Todo perfectamente determinista y prefigurado, hasta que una a una, las consignas en las canciones de protesta vueltas banderas fueron arriadas o perdieron su vigencia histórica ante el nuevo desencanto de una generación politizada y polémica, pero más elitizada y menos gregaria que las inolvidables y espontáneas masas estudiantiles del 68.

En tales cavilaciones doctrinarias un balonazo anónimo en plena cara trajo a Dante a la realidad universitaria:

–¡Pásamela, güey, no mames, que orita les empatamos a estos culeros de Ingeniería!– le gritó el sudoroso pasante de Economía. Ése fue el Waterloo ideológico de Dante, su naufragio generacional frente a las “islas” de la UNAM.

Ya en su casa, al oscurecer, “me llamó el enterrador: nunca más he vuelto a oler, a la que me dio, el cortón”...canturreó con sorna, parafraseando los versos de José Martí de La niña de Guatemala que conocía desde adolescente por la canción de Óscar Chávez, mientras se preparaba panes con cajeta y un café con leche. En la intimidad del despecho, odiaba a Beatriz “por culera”, se decía, coincidiendo con el pasante de futbolista de “las islas” universitarias.

Una idea canalla le inundó la iniciativa y trajo de la azotehuela la maciza cazuela con que la robusta tía Lupe le preparaba “su pollito con mole” al sobrino y ahijado consentido, desde su primera comunión. Empapó su suéter favorito con alcohol industrial –el ron merecía mejor suerte, se excusó– y lo arrojó al interior de la cazuela. Encendió un cerillo y con él la prenda húmeda, que ardió en seguida. Estaba obsesionado kafkianamente en arrojar sus repensados escritos a la hoguera con la heroica esperanza de no verlos publicados, pero el amor a sus letras y su propio ego herido por Beatriz OjosClarosySerenos y los consejos editoriales de algunas revistuchas estudiantiles que habían ignorado sus envíos, le dolían más que su desengaño de la tallerista.



MEMORIA HISTÓRICA, MEMORIA HISTÉRICA

MEMORIA HISTÓRICA, MEMORIA HISTÉRICA

Dante ya había recorrido mucho trecho en esas andanzas, casi hasta repetirse y momificarse en la solidaridad, y había dejado desde hacía bastante tiempo atrás su empecinado seguimiento documental del rock mexicano, tras atiborrar su pequeña recámara de gavetas, libreros, cajas de cartón y disqueros con los materiales más necesarios para escribir la historia neta del movimiento contracultural por excelencia, hasta que fue comercializado por las grandes corporaciones trasnacionales, en México.

Ante la evidente imposibilidad y la voluntad de culminarlo, amén de la edad que nada perdona –despegaba de los 33 años con mayor rapidez de lo que se daba cuenta– sólo tenía en su casa paterna una desordenada morgue de flyers, posters y camisetas de tocadas de rock que como hojas de otoño, fueron resecándole el entusiasmo y tamizando con su propia resequedad los apuntes de la inacabada tesis de literatura novohispana.

La tesis fue otra obra que se propuso algún día animarse a culminar, después de haber hecho 1,959 fichas bibliográficas en El Colegio Superior de México sobre el control inquisitorial del teatro novohispano en el siglo XVIII, y de pasarse más de cinco años en la Galería 4 del Archivo General de la Nación, escamotéandole tiempo a una beca de El Colegio para documentar su propia investigación, a la par de la rockera.

Proseguía neciamente como integrante de un grupo musical versátil, pero el oficio, aparte de mitigarle los apremios económicos en la que debería ser una plena edad productiva, le permitía seguir en el desmadre irresponsable y bebiendo gratis los fines de semana, mientras divertía a quinceañeras y chambelanes de la periferia al ritmo de cumbias, salsa, corridos norteñitos y covers de rock sesentero estilo Teen Tops y Los Hooligans:

Sobre un arcoiris

F G C

tesoros tú hallarás

Em

al final de una historia

F G

memorias tú tendrás.

La edad le cobraba la factura en abonos; había perdido dos muelas y la tercera a medio atender mostraba en su cariado que correría el mismo destino que las anteriores. Su cara tenía un color cobrizo y marcadas arrugas faciales por las desveladas y por soplar desmesuradamente dos veces a la semana desde hacía 8 años, la vieja flauta transversal Wurlitzer para adornar los bossanovas y salsas del repertorio de Los Sibaritas,

GRUPO VERSÁTIL PARA TODO TIPO DE FIESTAS Y EVENTOS SOCIALES CON TRANSPORTACIÓN PROPIA

Y SERVICIO DE LUZ Y SONIDO OPCIONAL

como se anunciaban gratuitamente en los clasificados de una revista. Los surcos arriba de la boca le transformaban en mueca amarga cualquier atisbo de sonrisa. Ya habían pasado los buenos tiempos en que los semiebrios sibaritas levantaban de las fiestas a jóvenes, también semiebrias por supuesto, después de cada tocada, envalentonados por el alcohol y el ambientazo a que su oficio obligaba.


Tuesday, February 26, 2008

LOS CABALLEROS NO TIENEN MEMORIA

LOS CABALLEROS NO TIENEN MEMORIA

Dante regresó del flashback familiar enfadado. Se sabía un “parasitario universitario”, en un juego de palabras de la tallerista infiel y “un infeliz gusano de la tierra”, en términos de la frase que le escuchó a una devota tía evangélica de Beatriz, al referirse a su marido en un arrebato bíblico.

Se sintió mal por desenvolverse desde niño sólo en los alrededores de la universidad, ubicada tan cerca de su rumbo natal que podía llegar a ella en bicicleta o caminando, inclusive.

Maldijo no haber trascendido las borracheras estudiantiles oyendo viejas canciones panfletarias de la nueva trova, jazz y rock, con condiscípulos de provincia venidos a estudiar alguna ingeniería en los condominios cercanos a la UNAM, y los patios fiesteros de las casi vecindades de sus amigas hijas de obreros y de amas de casa, que ingresaron a la “exótica” Facultad de Filosofía y Letras tan sólo para no seguir lavando los trastes y los calcetines de sus hermanos y padres.

Nada liberaba a Dante de su insulsa vida bohemia refrendada hasta el hastío, en la que holgazaneaba algunos días a la semana en los pasillos de la Biblioteca Central, gigante cajón de libros forrado de piedritas de colores, pretextando consultas eruditas para su inacabable tesis. Y por las tardes de esos mismos días, cuando no daba algunas clases de Literatura a nivel bachillerato en un plantel privado sobre el Anillo Periférico, deambulaba como tantos otros zombies matriculados sobre el mullido césped de la zona arbolada al centro de los edificios universitarios conocida como “Las Islas”.

Estas ínsulas eran un gigante hotel al aire libre de cinco materias y no estrellas, en el que las parejas de estudiantes de distintas facultades “mataban” las aburridas clases y convergían hormonalmente para dar rienda suelta a sus supremos instintos amorosos, y adonde otros finalmente culminaban sus aspiraciones preconyugales –y sus destinos domésticos– antes de graduarse. Esas confortables “islas” arboladas del campus lo mismo servían diariamente como concurrida cancha sin tribunas para las plebeyas cascaritas de futbol de los desertores de clases, que para soportar los mitines más furiosos en solidaridad con lo que fuera y en repudio contra lo que fuera, con la regular frecuencia que la politizada y púber hormona de los estudiantes exigía, o la movilización que alguna célula política enquistada en la facultad necesitaba fomentar.

Rebotaban en la mente de Dante las hiperbólicas arengas de un orador militante y desinformado, de no más de 19 años, que allí mismo se desgañitó en un reciente mitin: “¡…porque, compañeros, el juicio de la historia a esos fascistas, compañeros, vengará a los miles de compañeros estudiantes caídos el 12 de octubre en la plaza de Tlaltelooolcoo, compañerooos!”.

Sí, eran las mismísimas “islas” adonde se podía traficar libremente y bajo un saludable aroma de bosque un “churrito” de “mota” que permitía a los no tan jovencitos adictos fumarlo inclusive en círculo ritual, debajo de los salones de la Facultad de Derecho; literalmente, a las plantas de algún catedrático que luego resultaba narcojurista, y ante las cacarizas narices cómplices de algunos semianalfabetas empleados de vigilancia. Torvos individuos que, apoltronados en maltratadas patrullas Volkswagen blancas y rojas, ocupaban sus horas hábiles en extorsionar a los vendedores ambulantes de comida, libros viejos y artesanía, así como a esos otros residuos anacrónicos de hippies en los pasillos de la Facultad de Filosofía, que vendiendo cassettes de rock y new age deambulaban por ese gran edén del desempleo. Después pasaban su cuota al líder sindical universitario hasta su propio domicilio, como patrulleros a su comandante en turno.

Durante años, Dante tomó nota de esas anécdotas ordinarias y se prometió volverlas novela, así como sus descripciones de las gigantescas rondas de slam dance que presenció en frecuentes conciertos de rock –también en las “islas”– organizados a nombre de cualquier causa o conflicto histórico de cualquier continente, y que permitían a algunas de las bandas participantes tocar ante las mayores multitudes que en toda su carrera tuvieran oportunidad. A su parecer, resultaban memorables esos jóvenes descamisados patinando enloquecidos sobre el lodazal en que se convertía la gran explanada universitaria durante los conciertos organizados por agrupaciones políticas de advenedizos, mismos que años después se convertían en cretinos funcionarios estatales.

Era la misma explanada histórica en la que se hicieron las primeras grandes concentraciones estudiantiles del Movimiento del 68, adonde cantaron décadas atrás Óscar Chávez y José de Molina, el mismísimo trovador rebelde y sonorense que entonaba desgarradamente

A parir, madres latinas,

a parir más guerrilleros,

ellos sembrarán jardines,

adonde había basureros.

Fueron mitines documentados en los que también habían participado el cantor Roberto González y el grupo musical Los Nakos, que precisamente cantaba una parodia de la canción infantil de moda Vagabundo, cambiándolo por Granadero:

Mamá mamá, ayer cuando estudiaba

Me miró un hombre y me golpeaba

Me dijo ser“ un pinche granadero”

Mamá ¿que cosa es... un granadero?

¡Ay, ay, ay ay!

Jamás nosotros seremos granaderos

Vivimos del amor, y de ilusiones

Ni tú ni yo seremos granaderos…

O algo así. Allí, durante festivales en lugar de mitines, generaciones después del 68, rockeros encervezados y lo más lejanos posible a la productividad, así como lindas teens oriundas de cercanos fraccionamientos residenciales que se atrevían a darse su primer toque de mota frente al edificio de Rectoría, le mentaban desgarradamente la madre a las autoridades universitarias y gubernamentales en turno, con la impunidad y cómoda seguridad de que todo ello era estéril.

Era el mismo espacio donde los futuros licenciados en abonos se daban cita eventualmente, esperando clases, en las “islas” edénicas, protegiéndose de la llovizna a veces con el ejemplar del día del periódico -antes el Excelsior, luego el unomasuno y ahora La Jornada, y a veces con las cartulinas pintarrajeadas de consignas radicales en los cubículos de los comités de lucha respectivos, o de plano con los apuntes fotocopiados de cualquier materia, con tal de no perderse las tocadas de rock.


Saturday, February 16, 2008

MEMORIAS DE UN MEXICANO

MEMORIAS DE UN MEXICANO

Mientras Dante caminaba por el circuito universitario rumbo a su facultad, en la que tenía la condición académica casi momificada de “pasante”, recordó que ese roce social también fue, más que mínimo, ínfimo, con la clase pudiente: fue hace años, cuando acompañó a su padre como ayudante de plomero a la gigantesca casona del sobrino de quien había sido “el regente de hierro”, ubicada en el exclusivo sector poniente de la Ciudad de México, las Lomas de Chapultepec.

El segundo oficio dentro de la economía informal de don Antonio Aldana era la plomería; el principal había sido como carpintero mayordomo de los desaparecidos talleres ferroviarios de San Lázaro, en cuyos terrenos años después se edificaría la Suprema Corte de Justicia. Al desaparecer el combativo reducto de sindicalistas ferrocarrileros que habían logrado la libertad de su líder Demetrio Vallejo, encarcelado desde 1959, a don Toño lo habían “jubilado” al cumplir los 50 años. A ello coadyuvaron las insistencias al respecto de sus tres hijos mayores, que ya trabajaban, mermando con ello la economía familiar en cuanto éstos adquirieron estatus conyugal y huyeron del hogar a la primera oportunidad que tuvieron.

Nunca antes el Dante adolescente, el último de siete hermanos, había pisado un lugar tan pulcro como la gigantesca recámara de otro muchacho que, por las afinidades y gustos musicales, seguramente era de su misma edad –16 años– ni había visto semejante colección particular de discos de rock en una sola estancia, la que en dimensión equivalía al patio de la pequeña casa del barrio de Tizapán adonde los Aldana Ríos vivían.

Tampoco Dante había dejado de asombrarse con esa esquina de la enorme terraza que se convertía en un foro mediano de un club de rock, con su stage profesional, acondicionado con luces reflectoras de todos colores en el techo, con potentes amplificadores Marshall para cada instrumento de cuerda y con una hermosa batería de seis toms de aire azul marino en hilera que remataban en unos lustrosísimos platillos Ziljian, casi intocados, como lo indicaban las baquetas sobre la radiante tarola, también sin muestras de haber sido aporreada consistentemente por rockero alguno.

Dante no había experimentado de modo más directo el impacto de la división de clases sociales y la economía subterránea que le explicaban en aquellos ya lejanos e idealizados tiempos sus politizados profesores del bachillerato –auxiliados por aburridos libros del siglo pasado y principios de éste que terminaba– sino hasta el momento en que su padre, sudoroso y con un olor a plomo, recibía ¡20 dólares de propina! por parte del sonriente encorbatado en traje azul marino; vestuario tan impecable como el bombo y el tom de piso de aquella bataca de su junior.

Su elegante portador sonreía con benevolencia de político populista, quizá ensayando su próximo baño de pueblo, mientras le decía:

–Muy bien, Don Toño; quedó perfectamente reinstalado ese lavabo frente al espejo. Mi esposa siempre insistía en que allí sí podría maquillarse bien y a gusto. ¡Ya ve cómo son de obsesivas las mujeres con sus caprichos!

Lo dijo a manera de disculpa por el laborioso desmonte de tubos, válvulas, cromos y muebles de baño efectuado por don Antonio y su hijo. Pero el exferrocarrilero que había desmontado gigantescos motores diesel de locomotora en San Lázaro distaba mucho de ser un “chambón” y el caprichoso cambio de mobiliario no dejó rastro alguno en el fino mármol de uno de tantos baños, inodoros, casi sin uso, que la mansión tenía. No en balde surgió la espléndida propina en dólares por parte del político, puesto que el plomero había cotizado en 30 pesos su “talacha”; es decir, en menos de tres billetes verdes al tipo de cambio entonces, de $12.50 por dólar.

“¿Sería dinero lavado desde entonces?”, especulaba ahora el Dante treintón como paréntesis en su evocación.

Siguió recordando que el licenciadete en algo sonrió al ayudante. Le agradeció el apoyo a su padre en la labor y dijo con displicencia:

–Ojalá así me ayudara mi muchacho en la campaña... pero para él sólo sus tamborazos y rocanroles cuentan; tú lo sabes, si tienes su misma edad. ¿Qué le hacemos, verdad, don Toño?

El rielero jubilado, ahora plomero, alzó los hombros e hizo una mueca de deslinde al más puro estilo de Pedro Infante en sus películas, mientras limpiaba con un trapo más que sucio y guardaba la última llave Steelson en la caja de herramientas, con la satisfacción del cirujano lleno de sangre que ha trasplantado con éxito un riñón.


Thursday, January 17, 2008

NOWEBA

NOWEBA


Sust. comp.//masc.//sing.// híbr. del esp. <novela> y del inglés <web> (red {de internet}), casi spanglish//: Primicial género paraliterario no reconocido por Real Academia alguna (y ni falta que hace, joder) que, abusando de la democacia virtual de la internet (léase impunidad) permite a su autor amalgamar narrativa estándar de ficción perspectivista, seguramente impublicable en papel y perdedora continua de concursos literarios, con material gráfico online de incierta procedencia y autoría.

La sana ventaja reside en que dicho género no generará (valga la paradoja) aburridas y sesudas tesis doctorales de nowebatura que atiborren inútilmente las estanterías de las bibliotecas universitarias ni públicas ni privadas (casi a modo de venganza por parte de los graduados, por tanto tiempo de perdición, pero sólo en la teoría –o por el criminal costo de las colegiaturas, respectivamente).

Como va a ser evidente la calidad de plagio interneto del material gráfico, se pronostica por los eruditos en nowebatura (uno, en realidad,hasta la fecha, y sin doctorarse ni pertenecer a mafia literaria alguna ni instituto de investigación amafiado alguno), la inminente popularidad del género; popularidad similar a la que actualmente gozan los discos piratas de películas de estreno o de antaño a la salida del transporte subterráneo de las grandes ciudades, o los miles de sitios de internet que remedan miserablemente el hospedaje de videos chistosos y de accidentes de www.youtube.com.

Al entremezclar elementos de crítica política, erotismo, testimonios históricos y relaciones de amor y polémica entre la pareja, el contenido la producción nowebística puede insertarse cómodamente en el estrecho hueco (sonó a albur refinado) entre la fantasía y la farsa. Pero determinar eso ya será tarea de los críticos y otros eunucos intelectuales, de los que suelen resguardar la pureza de los placeres ajenos.

Sinónimos: (pues no, de momento)// ?