Monday, April 21, 2008

“CUICOS Y CUICAS” PARA REMEMORAR

“CUICOS Y CUICAS” PARA REMEMORAR

Beatriz quedaba con su hermosura ausente a un lado para que Dante diera paso en sus recuerdos a sus tiempos de “cuicos” y “cuicas”; es decir, al de policías y canicas. Los sucesos de 1968 se volcaban al vacío que su depresión había formado. Sintió cómo en su memoria, ahora infantil, rebotaban desordenadamente “cuicos” azul marino apaleando estudiantes y “cuicas” multicolores; las de cristal de la calle, las de plástico del juego de damas chinas en casa. Las canicas a las que cantó años después el rupestre Rockdrigo González –hasta que el edificio de la colonia Juárez adonde vivía se desplomó como tantos otros una mañana de terremoto en septiembre de 1985, acallando al “Profeta del Nopal”– acotó Dante fuera de contexto en su fichero rockero mental.

Recordó mucho más allá, mucho más atrás; de cómo el tío Nazario Aldana llegó a la casa común en San Ángel la tarde del 3 de octubre de 1968, con ese permanente olor a diesel y a herramienta y con expresión sombría, estrujando, como si quisiera desintegrarla, la revista casi clandestina ¿Por qué?

El niño de nueve años que Dante era entonces evocó la figura morena y maciza del tío que esa tarde se dibujaba cansada, como si hubiese empujado por horas una locomotora en el taller ferroviario de Pantaco, adonde trabajaba como pailero.

–Dicen que estuvo de la chingada– comentó al otro tío, Franco Gutiérrez, obrero de una fábrica de papel que con mirada nerviosa y aire rural rehuía hablar en público y menos en la puerta de la calle de su propia casa– de un tema que a parte de la población de la ciudad mantenía en tensión en ese entonces.

–Sí, los periódicos dicen que mataron hartos muchachos esos sardos cabrones, pero en las noticias de la tele dicen otra cosa– musitó el tío Franco con el coraje de quien había sido soldado raso, pero también con la prudencia de que sólo su cuñado lo escuchara. Pero el niño que en cuclillas y con su “cuica” favorita iba a hacer “chiras pelas” al perfecto círculo de canicas alrededor del hoyo de la banqueta que era el “entrus”, suspendió el tiro “de uñita”, y abandonó la crucial jugada ante la extrañeza de sus compañeros de juego.

Dante pidió al tío Nazario la revista. El ferrocarrilero, ofuscado, dudó en mostrársela y clavó su mirada negra, afilada por la nariz aguileña y el cabello envaselinado, peinado totalmente para atrás, que le redondeaba aun más el cráneo:

­–¿De veras quieres saber tú de esto? Estás muy chavo.

–Sí.

Nunca la firmeza del escuálido sobrino fue tan solemne; ni siquiera la de la marcialidad y civismo con que cada lunes desfilaba en la escolta de la escuela primaria durante la ceremonia del saludo a la bandera.

El tío Nazario separó de la arrugada bolsa de trastos de su almuerzo la revista enrollada, con la precaución inútil de quien entrega pasquines clandestinos y con la rapidez de un atleta entregando la estafeta en una carrera de relevos; ambas actitudes muy a tono con el ambiente de represión y preolímpico que indistintamente se vivía en algunas zonas de la ciudad de México en 1968. Le dijo casi en clave, pero Dante entendió perfectamente bien.

–Ten, pero no se la prestes a nadie. Cuando llegue tu jefe dile que se puso muy gacha la discusión en la pinche asamblea. Y a tus hermanos diles que estén al tiro, porque está bien cabrona la cosa para los estudiantes. Los andan encarcelando y matando.

“Encarcelando y matando”. Los gerundios retumbaron con toda su fuerza y su vigente intemporalidad entre las sienes de Dante. A pesar de la punzada en el cerebro recibió la tosca publicación de tinta color sepia en papel revolución, que dejaba entrever debajo de los titulares con admirativos de grandes letras blancas borrosas las fotografías de escenas de violencia contra grupos de jóvenes, que se mezclaban con las fotos del bazukazo en la preparatoria de San Ildefonso, la toma de la Ciudad Universitaria por los soldados y la toma del Casco de Santo Tomás, sede del Instituto Politécnico Nacional.

La contraportada mostraba un collage de fotos de las detenciones de jóvenes que hacían la “V” de la victoria con las manos, por parte de macizos policías y granaderos. En otras, los oscuros “cuicos”, con sus botonaduras refulgentes como sus amenazantes macanas blancas, y sus kepís y cascos al aire, forcejeaban con iracundos muchachos que al momento de la foto parecían mirar al fotógrafo y al espectador, como preguntándose al igual que el nombre de la revista: ¿Por qué?

Dante tembló al recibirla y hojearla; no era esa vez la emoción de ver lleno por fin el enorme álbum de 200 estampas coleccionables de geografía universal del pan Bimbo, inevitablemente húmedas de grasa vegetal y deliciosamente olorosas a galleta, debido a su permanencia en el empaque de las golosinas. No era tampoco la emoción de recibir totalmente lleno el cuaderno de dibujo Scribe con la perfecta y cuidadosamente reseca colección de distintas hojas de árbol pegadas con Resistol blanco que sus amigos y compañeros de clase, “Los Pantera-No se admiten mujeres” juntaron por meses en las excursiones a bosques cercanos a su ciudad como Los Dínamos, La Marquesa y el Desierto de Los Leones.

No.

Era la emoción de quien descubría que su mascota desaparecida yacía envenenada por los amables vecinos en la azotea. Era casi la misma emoción vuelta terror del niño que descubrió a la altura de la cara la parrilla el enorme Ford Galaxie 68 rojo, que bajo un chirriar de frenos iba a atropellarlo, en la imprudente búsqueda de la pelota en la "cascarita" callejera de fut.


No comments: