Saturday, February 16, 2008

MEMORIAS DE UN MEXICANO

MEMORIAS DE UN MEXICANO

Mientras Dante caminaba por el circuito universitario rumbo a su facultad, en la que tenía la condición académica casi momificada de “pasante”, recordó que ese roce social también fue, más que mínimo, ínfimo, con la clase pudiente: fue hace años, cuando acompañó a su padre como ayudante de plomero a la gigantesca casona del sobrino de quien había sido “el regente de hierro”, ubicada en el exclusivo sector poniente de la Ciudad de México, las Lomas de Chapultepec.

El segundo oficio dentro de la economía informal de don Antonio Aldana era la plomería; el principal había sido como carpintero mayordomo de los desaparecidos talleres ferroviarios de San Lázaro, en cuyos terrenos años después se edificaría la Suprema Corte de Justicia. Al desaparecer el combativo reducto de sindicalistas ferrocarrileros que habían logrado la libertad de su líder Demetrio Vallejo, encarcelado desde 1959, a don Toño lo habían “jubilado” al cumplir los 50 años. A ello coadyuvaron las insistencias al respecto de sus tres hijos mayores, que ya trabajaban, mermando con ello la economía familiar en cuanto éstos adquirieron estatus conyugal y huyeron del hogar a la primera oportunidad que tuvieron.

Nunca antes el Dante adolescente, el último de siete hermanos, había pisado un lugar tan pulcro como la gigantesca recámara de otro muchacho que, por las afinidades y gustos musicales, seguramente era de su misma edad –16 años– ni había visto semejante colección particular de discos de rock en una sola estancia, la que en dimensión equivalía al patio de la pequeña casa del barrio de Tizapán adonde los Aldana Ríos vivían.

Tampoco Dante había dejado de asombrarse con esa esquina de la enorme terraza que se convertía en un foro mediano de un club de rock, con su stage profesional, acondicionado con luces reflectoras de todos colores en el techo, con potentes amplificadores Marshall para cada instrumento de cuerda y con una hermosa batería de seis toms de aire azul marino en hilera que remataban en unos lustrosísimos platillos Ziljian, casi intocados, como lo indicaban las baquetas sobre la radiante tarola, también sin muestras de haber sido aporreada consistentemente por rockero alguno.

Dante no había experimentado de modo más directo el impacto de la división de clases sociales y la economía subterránea que le explicaban en aquellos ya lejanos e idealizados tiempos sus politizados profesores del bachillerato –auxiliados por aburridos libros del siglo pasado y principios de éste que terminaba– sino hasta el momento en que su padre, sudoroso y con un olor a plomo, recibía ¡20 dólares de propina! por parte del sonriente encorbatado en traje azul marino; vestuario tan impecable como el bombo y el tom de piso de aquella bataca de su junior.

Su elegante portador sonreía con benevolencia de político populista, quizá ensayando su próximo baño de pueblo, mientras le decía:

–Muy bien, Don Toño; quedó perfectamente reinstalado ese lavabo frente al espejo. Mi esposa siempre insistía en que allí sí podría maquillarse bien y a gusto. ¡Ya ve cómo son de obsesivas las mujeres con sus caprichos!

Lo dijo a manera de disculpa por el laborioso desmonte de tubos, válvulas, cromos y muebles de baño efectuado por don Antonio y su hijo. Pero el exferrocarrilero que había desmontado gigantescos motores diesel de locomotora en San Lázaro distaba mucho de ser un “chambón” y el caprichoso cambio de mobiliario no dejó rastro alguno en el fino mármol de uno de tantos baños, inodoros, casi sin uso, que la mansión tenía. No en balde surgió la espléndida propina en dólares por parte del político, puesto que el plomero había cotizado en 30 pesos su “talacha”; es decir, en menos de tres billetes verdes al tipo de cambio entonces, de $12.50 por dólar.

“¿Sería dinero lavado desde entonces?”, especulaba ahora el Dante treintón como paréntesis en su evocación.

Siguió recordando que el licenciadete en algo sonrió al ayudante. Le agradeció el apoyo a su padre en la labor y dijo con displicencia:

–Ojalá así me ayudara mi muchacho en la campaña... pero para él sólo sus tamborazos y rocanroles cuentan; tú lo sabes, si tienes su misma edad. ¿Qué le hacemos, verdad, don Toño?

El rielero jubilado, ahora plomero, alzó los hombros e hizo una mueca de deslinde al más puro estilo de Pedro Infante en sus películas, mientras limpiaba con un trapo más que sucio y guardaba la última llave Steelson en la caja de herramientas, con la satisfacción del cirujano lleno de sangre que ha trasplantado con éxito un riñón.


No comments: